Ahora, al final, bajo su directa instigación, una muchedumbre literalmente tomó por asalto el edificio del Capitolio, sÃmbolo de la democracia norteamericana, presionando para provocar una variación de la certificación que declaraba a Joe Biden, candidato del Partido Demócrata, como próximo presidente de los Estados Unidos.
Las escenas que recorrieron el mundo son repulsivas. En ellas se perciben hordas delirantes, imbuidas de espÃritu mesiánico, dispuestas a desafiar todos los obstáculos, con tal de conquistar su objetivo: revertir la voluntad del pueblo estadounidense expresada en las urnas.
El valor simbólico de esas imágenes resulta indescriptible. Lo que reflejan es que con semejante comportamiento se ha puesto en riesgo la legitimidad del propio sistema democrático de los Estados Unidos.
Al ser el principal provocador de esas acciones, Donald Trump ha escrito el epitafio de lo que podrÃa ser su tumba polÃtica. Naturalmente, pudo haber sido de otra manera. Aunque no ganó el certamen electoral, Trump no quedó tan mal. Obtuvo 74 millones de votos, 12 millones más que en 2016, cuando conquistò el triunfo electoral frente a Hillary Clinton.
Por demás, en términos porcentuales, la diferencia fue de 51.3 por ciento a favor de Biden y un 46.8 por ciento para Trump. Con cifras asÃ, antes del asalto al Capitolio, algunos pensaban que el magnate neoyorkino podrÃa emerger como lÃder del Partido Republicano y tal vez hasta volver como candidato presidencial en 2024.
Ahora todo eso resulta improbable y la razón se debe, esencialmente, a un hecho: la personalidad o temperamento del propio Donald Trump.
Genio estable
Trump se califica a sà mismo de genio estable. Sin embargo, lo que se aprecia de él es que se trata de una figura extravagante, pintoresca y narcisista, con unos inocultables aires de superioridad. En fin, una personalidad compleja, cuya meta ha sido la riqueza, la fama y el poder.
En principio, un hombre de negocios, que hereda de su padre un emporio inmobiliario dedicado a la compra, renovación, venta y alquiler de edificios de apartamentos en Nueva York.
Cuando a principios de la década de los setenta se coloca a la cabeza del negocio familiar, Donald Trump lo reorienta hacia el área de hoteles, casinos, campos de golf y lÃneas aéreas. Es ahÃ, donde con altibajos, logra crear y consolidar el nombre de Trump como branding o sello comercial.
Al mismo tiempo sentÃa la necesidad de marcar presencia a través de los medios de comunicación. Por eso, participaba en diversos programas de televisión, haciendo declaraciones y comentarios deliberadamente controversiales.
Su interés era concitar la atención, convertirse en una especie de celebridad mediática. Organizó el concurso de Miss Universo, difundÃa la cartelera de la lucha libre y fue dueño de un equipo de football.
Pero no se quedaba ahÃ. Hizo aparición, como actor de reparto, en ocho pelÃculas de largo metraje. Creó su propio programa de reality show: The Apprentice, con mucha audiencia entre jóvenes con aspiraciones empresariales.
Hasta la fecha ha publicado 19 libros. Uno de ellos, The Art of the Deal (El Arte de la Negociación), se convirtió en un verdadero best-seller o de los más vendidos.
Sin embargo, de manera extraña, nunca ha escrito ninguno. Siempre lo hace otro, un escritor fantasma (ghostwriter). El más connotado, Tony Schwartz.
Para comprender a plenitud la personalidad de Donald Trump hay que tomar en consideración que la primera vez que contrajo matrimonio fue con una modelo checa, Ivanna Zelnickova.
Sus segundas nupcias fueron con una actriz de cine, Marla Maples; y en la tercera ocasión, con su actual esposa, la exmodelo eslovaca, Melania Knauss.
Como puede apreciarse, un gusto altamente selectivo.
Rumbo a la casa blanca
En el ámbito de la polÃtica, Donald Trump nunca ha sido estable. Cambiaba de afiliación con inusitada frecuencia. En 1987 ingresò al Partido Republicano. Luego pasó a ser miembro de un llamado Partido Reformista (que nada tiene que ver con el dominicano).
Posteriormente se registró en el Partido Demócrata; en el 2009 volvió a ser republicano. Dos años después, en 2011, se hizo independiente; y al año siguiente, 2012, se reincorporó, por tercera vez, al padrón del Partido Republicano.
En un par de ocasiones flirteó con la idea de una candidatura presidencial. Cuando finalmente se lanzó, en 2015, no se le tomó en serio. Se creyó que era un nuevo plan mercadológico de promoción de sus negocios.
No obstante, con consignas como las de América Primero; Hagamos América Grande; y Retomemos Nuestro PaÃs, se fue posicionando en las primarias de su partido hasta alcanzar la nominación.
Varios factores influyeron para que asà fuera. Primero, el que un sector de la sociedad norteamericana nunca aceptó la idea de que un afroamericano, como Barack Obama, pudiese ser presidente de los Estados Unidos.
Trump empezó su campaña, precisamente, cuestionando la nacionalidad de Obama. Afirmaba que habÃa nacido en Kenia, de donde era su padre; y reclamaba que presentara su acta de nacimiento.
Contando con el apoyo de la cadena de Fox News y de otros medios de la maquinaria propagandÃstica conservadora, el mensaje fue penetrando en los sectores más sensibles al tema racial.
Trump también anunciaba que se enfrentarÃa al establishment o poderes establecidos en Washington, al que consideraba responsable de los efectos nocivos de la globalización, como era el cierre de las industrias, la migración ilegal, el desempleo, la desigualdad, la pobreza y el pesimismo que se habÃa apoderado de los norteamericanos.
Con esas ideas y con la promesa de que drenarÃa el pantano de Washington (drain the swamp), Donald Trump venció, de manera inesperada, en 2016 a la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton.
Desde la Casa Blanca, con el apoyo de grupos de ultraderecha, procuró eliminar el legado de Barack Obama y promover, en lo doméstico una polÃtica racista, divisionista y conservadora; y hacia fuera, en lo internacional, una de corte nacionalista, populista, proteccionista y aislacionista.
Su arma fundamental de comunicación fue Twitter. Llegó a tener, de manera espectacular, 88 millones de seguidores, lo cual le permitió desafiar medios tan poderosos como The New York Times, The Washington Post y CNN, a los que consideraba enemigos del pueblo y promotores de fake news.
A pesar de su retórica incendiaria y su estilo confrontacional, Trump logró concitar un gran apoyo en segmentos importantes de la sociedad norteamericana. Tanto es asà que en un momento se pensó que hasta podÃa ganar la reelección.
Su enemigo fundamental fue COVID-19. Conociendo su verdadera magnitud, no la supo gerenciar. Al término de su mandato, Estados Unidos es el paÃs con mayor número de contagiados y de fallecidos en el mundo.
Sin embargo, a pesar de su derrota, Trump pudo haber continuado siendo un lÃder influyente en las filas del conservadurismo y un potencial candidato en 2024.
Ahora, todo indica que no será posible. Su obstinación en conducir a extremos su alegato de fraude y en no aceptar el triunfo de Joe Biden, como correspondÃa, lo convierten en una sombra del pasado, o en el mejor de los casos, en una pieza de museo.
f/ld
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